El lenguaje y el pensamiento van
unidos. Cuanto más complejo sea nuestro lenguaje más rico será
nuestro pensar. Podemos ilustrar esto refiriéndonos a los
experimentos con chimpancés y gorilas a los que se les enseñó la
lengua de los signos. El primer chimpancé que aprendió el lenguaje
de los signos fue una hembra llamada Washoe, que consiguió aprender
un vocabulario de 132 signos que representaban palabras. Cuando llegó
a los dos años de edad, Washoe combinaba hasta cinco signos en
frases del tipo «tú, a mí, sacar fuera, deprisa». Adquirir el
lenguaje permitió a Washoe desarrollar rasgos humanos como mentir,
maldecir, bromear o intentar enseñar el lenguaje a otros chimpancés.
Como podemos ver, gracias a Washoe, el pensamiento se potencia
gracias al lenguaje. Los eslóganes políticos pretenden que no
pensemos más que en una idea, lo cual para nuestra mente es como si
Washoe regresara al estado de analfabetismo. Este es el peligro de
fundamentar nuestro pensamiento en eslóganes políticos: unas pocas
ideas que dirigen nuestra mente y consiguen que el interés de una
clase dominante tenga el aspecto de pensamiento universal.
Tras
tantas, espero, aportaciones al librepensamiento, no se nos puede
quedar la pregunta en el tintero: ¿cómo podemos saber si nos miente
un político? La cosa se
complica más cuando se trata de políticos embusteros que despliegan
todas las técnicas de manipulación del pensamiento que hemos visto
anteriormente. En este caso, para atravesar la armadura de sus
mentiras, podemos utilizar un arma blanca: la
navaja de Ockham.
El
individuo se culturiza socialmente y, aunque utilizamos la cultura de
manera creativa, pues no somos zombis aquiescentes a todo lo que las
normas culturales reglamenten, hay que tener en cuenta que el
sentimiento grupal innato en el ser humano nos impulsa a buscar la
aprobación de los demás. Esta instintiva necesidad de pertenecer a
un grupo hace que, para ser aceptados, adecuemos nuestros
comportamientos y opiniones a los del grupo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario